Pasado de…
Crover
- Cuando me explicaron que el camino era difícil. No
me creía que lo decían literalmente. Me quejé mientras frotaba mis pies.
Estábamos cerca de Río Salado. Una ciudad
de pecado. La orden de la luz nos mandó a Orcrar y a mí para intentar sanar ese
mal. Era la primera vez que iba de peregrinación. Mi compañero, con más de
cincuenta años en la orden, sería mi instructor. El polvo se me incrustaba
dentro de las sandalias. ¿Por qué no podríamos calzar como las demás personas? Unas
botas de cuero sería lo ideal para cruzar el valle de Pico Helado.
- No te quejes chico. Cuando lleguemos
allí nos recibirán como reyes. Comentó Orcrar. Río Salado parecía el único
lugar que aun veneraba a nuestro dios de la luz, por lo que me había contado mi
compañero por el camino. Era algo contradictorio, pues en esa ciudad parecía un
gran nido de todo tipo de seres de la noche. Los vampiros comenzaban asentarse.
Nuestra orden despreciaba a toda esas razas. Demonios asesinos les llamaba
nuestro abad. Por fortuna aun no me había encontrado con ninguno.
Al anochecer llegamos a la ciudad. La
música tocaba y el olor a comida al fuego lo inundaba todo. Una fiesta como me
había explicado. Las mujeres bebían vino y los hombres se divertían. Pocos niños
había en la calle a esas horas, lo que quería decir que los adultos hacían lo
que sus cuerpos les pedía. La cara de Orcrar era como la de un niño al
descubrir un tesoro. Me extrañaba su reacción, porque la fiesta no estaba
dirigida a nosotros. Claramente estaba orientada a la juerga nocturna y a los
placeres carnales. En la abadía nos habían enseñado que ese tipo de placer corrompería
nuestra alma. Parecía más un cuento para asustar a niños, pero si lo exponía
como pecado no deberíamos desobedecer. Mi compañero no parecía que le importara
la impunidad de su alma. A los pocos segundos se entrar en la plaza central
comenzó a restregarse con una mujer que no dejaba de enseñar su ropa interior.
Solo en aquella ciudad que parecía
habitada de seres en celo anduve por sus calles. El olor de orines flotaba por
los callejones. El alcohol y los borrachos parecía que saliera de debajo de la
tierra. Llegué hasta el templo de nuestro dios. La tranquilidad solo vivía allí.
Un lugar de culto y de ascensión celestial. No había ni un solo feligrés en ese
templo. Solo una mujer de cabello oscuro y liso. Su vestido negro esculpía sus
caderas y realzaba la belleza de su piel blanca. Un iluminado pensé yo. Solo un
ser celestial podría tener esa belleza. Me acerqué hipnotizado por su figura. Sus
ojos desprendían pecado y cada poro de su piel me golpeaba con su olor a rosas.
- ¿Necesitas una confesión? Le pregunté
al tragar saliva.
<<¿Qué me
ocurría? ¿Por qué deseo poseerla?>>
Ella me miró como la oscuridad de
sus ojos. Se giró y sus cabellos bailaban al son de su cuerpo. Labios rojos
como la sangre y nariz perfilada. Sabía que me traería problemas, pero mi cuerpo
pudo con todo el entrenamiento mental de estos años.
- Quisiera confesarme de algo que aún
no he hecho. Dijo con su voz aterciopelada. Una voz que dominaría a cualquier
fiera.
- Si aún no lo has hecho. No tienes por
qué confesarte. Le expliqué embelesado en sus labios. – Pero si hay algo que te
atormenta me gustaría ayudarte. Fui sincero.
Dio un paso hacia mí. Se acercó
tanto que me temblaban las piernas. No era propio de un monje de la luz pero
aquella mujer me había hechizado. No. No estaba hechizado tal perfección no
podría ser una bruja. Creo que me estaba enamorando. ¿Y no es lo que nosotros
predicamos? El amor. Tan cerca de mí y agarró mi mano. La puso contra su pecho.
Un colgante dorado adornaba su escoté.
- Me dirá que estoy loca. Pero no
puedo dejar de pensar en acostarme con vos. Sus palpitaciones se aceleraron al
igual que las mías. Una gota de sudor me recorría la cara.
- A mí me ocurre lo mismo. Balbuceé.
- Pues, ¡bésame! Ordenó.
El roce de sus labios y su caliente saliva
me inundaba. Me sentía en el propio plano celestial. Estaba convencido, era
amor. El destino nos había juntado y nosotros nos amábamos. De un tirón le abrí
el vestido por la espalda. Su perfecto cuerpo quedó desnudo. Parecía haber sido
cincelado por los mismos dioses. Me detuve un segundo contemplándolo y la miré
con deseo. Mientras la besaba vorazmente, ella me desataba el cinturón. Me quité
la túnica y juntamos nuestros cuerpos. Ella estaba algo fría. El mármol del
templo le había enfriado su cuerpo.
Nos acostamos en las alfombras que
cubría todo el suelo. Le acariciaba sus senos y ella mi trasero. Sus cabellos
se mezclaban con los míos al igual que nuestras lenguas. No podía resistir más.
Necesitaba poseerla de una vez. La penetré. Sus gemidos se hacían más fuerte
con cada envestida. Sus labios reflejaban el placer deseados. Sus pechos bailaban
con cada movimiento. Era un ángel no había duda. Ella me acariciaba mi pecho mientras
se movía. Los arañazos vinieron al llegar al clímax. Era como volar en nubes de
algodón.
- ¿Cuál es tu nombre? Le pregunté
mientras intentábamos recuperar el aliento. Tirados en el suelo con sus
cabellos extendidos en la alfombra. Si fuera pintor perpetuaría esa imagen. Sonreía
y lucía hermosa.
- Ranea. ¿Cuál es el tuyo? Preguntó sin
dejar de acariciar mi pelo.
-¿¡Qué habéis hecho!? ¿¡Cómo has
podido Crover!? Gritó Orcrar espantado desde la puerta del templo.
Me levanté a toda prisa e intentaba
ocultar mi pecador cuerpo. No tenía palabras que pronunciar. Era obvio lo que habíamos
hecho y ahora yo lo veía. Habíamos mancillado un templo sagrado y eso solo
tiene una pena. La muerte.
- Espero que lleguéis a perdonarme. Le
supliqué a mi enfadado compañero. Agaché mi cabeza.
Él se acercó y me agarró del cuello.
Vi ira en sus ojos pero también clemencia. Movía repetidas veces su cabeza
negando lo visto. Pero su razón le golpeaba con la verdad.
- ¿No te das cuenta que es una hija
de la sangre? Preguntó decepcionado. Sus palabras me martillearon la sien. Ella,
una vampira. Entonces no sentí amor sino su habilidad de manipular a los
mortales. Un demonio con piel de ángel. Pero no podía sentir ira hacia ella. Aunque
ya sabía su verdadera naturaleza yo seguía amándola.
Ese día conocí el amor. Es como
decidir algo en el que tu cuerpo desea y tu razón intenta explicarlo, aunque
sabe que está mal, y cada fibra de tu ser piensa en ella. Es cuando ves el originario
de ese sentimiento y lo desenmascaras.
<<Defendí a Ranea para que no
fuera perseguida. Yo por otro lado obtuve el perdón, gracias a Orcrar. Fui expulsado
de la orden. Pero cada vez que piso el blando suelo de los templos. Recuerdo esa
noche. Aquella noche que hice el amor con el ser más bello de toda la creación.
Conocería a muchas mujeres, pero nunca como ella. La amo con todas mi existencia
y siempre la amaré. Hasta después de morir.>>
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS POR EL AUTOR, DAVID PRIETO
Muy sensual. Con la imagen del ángel que has puesto... aaais. Ranea pillina! Jajaja. (texto prohibido a menores de edad :P)
ResponderEliminarSutil e intenso encuentro. Con esto nos deja clara la existencia del amor. No todo el mundo puede alguna vez sentirse como se siente Crover... "La amo desde mi existencia y siempre la amaré" Hasta cuando muera, dejaré mi huella en ella (hasta después de morir)
ResponderEliminar¿Cuál es el siguiente paso? En ascuas me quedo con una hija de sangre amada....