domingo, 31 de agosto de 2014

Adel Redelan…
(Cuarta parte)



            La fortuna nos sonreía. Asaltábamos barcos y aldeas cercanas de las costas que no íbamos encontrando. Mis hombres eran los marinos o piratas, como algunos comenzaban a llamarlos, más duros de todo el océano. Buscábamos una sola pista del paradero del Pegaso Marino, al no encontrar nada, dejaba a mis hombres que saciaran su ira contra quien se les oponga. Necesitaba que la marina de Nivenia venga por nosotros y así conseguir que Phedrios venga a nosotros. Mi lado más salvaje se acentuaba en nuestros asaltos. No veía piedad en los rostros de los marineros. Cada vez que abordábamos un barco y no encontraba aquello que buscaba desde que salimos de la isla, mi ira emergía como la lava de un volcán.
            Tres meses desde que salí de allí ni una triste señal del paradero de Phedrios. Mis hombres comenzaban a creer que mi ex segundo al mando ya había sido pasto marino. Muerto. Quizás mi primo, Erick, lo mandaría a la orca por su traición. No podía pensar que nunca saciaría mi venganza. Recuperar mi honor y mi estatus social. Ser recordado por el marino que emergió de las entrañas del océano y luché contra la muerte para poder recuperar lo que es suyo.
            -¡Zarianos! Gritó el vigía.
            Esos hombres pez nos seguían como los lobos hambrientos. Todo por adentrarnos en su territorio. Pero era un lugar seguro, nunca nos atacarían por sorpresa los barcos enemigos en este mar. Corrí hasta el timón y aparté a la que manejaba mi nave. Giré todo a estribor y vi como emergía a nuestra derecha una gran bestia marina. Cuernos y algas cubría su cuerpo y sobre su lomo un grupo de Zarianos armados con lanzas y arcos. Delfines montados por otro grupo y en primera fila, Zatza, el príncipe de los mares. El mejor guerrero de ellos y conocido por todo marinero que se aprecie.   
            - ¡A las armas! ¡Quiero que pintéis mi barco con su sangre de pez!
            Los cañones se armaron y las espadas afiladas de mis hombres brillaban bajo el sol tropical. Debíamos vencerlos o nuestro destino culminaría en el fondo de estas aguas.
            Di la orden de que esperaran mi señal. Esperaba que esa bestia emergiera de nuevo y fulminarla con toda la artillería que teníamos. Estaba claro que ese pez gigante era su arma más fuerte en ese momento y debíamos desarmarlos como sea. Las aguas eran tranquilas y a unos cien metros los Zarianos junto con Zatza, esperaban a ver cómo íbamos a ser devorado por ese pez. Pero la tranquilidad de esta batalla me olía a trampa. Desenvainé mi espada y entonces escuché gotas de agua cayendo en las tablas de mi barco. Tras de mi algo me miraba silencioso. Use la hoja de mi espada para ver qué era lo que me acechaba. Lo vi. Sus ojos grandes y oscuros. Dos branquias donde debería tener la nariz y su piel escamosa y brillante de color azul. Nos abordaban en silencio y nos matarían por las espalda.
            Me giré con mi espada haciendo una media luna, contándole por la mitad. Sus entrañas verdes se esparcieron por el suelo y veía como otros escalaban el casco del barco.
            - ¡Nos atacan! Grité alertando a todos.
            Mis hombres reaccionaron como los depredadores que eran y luchamos contra ellos. La bestia marina emergió de improvisto y mientras saltaba los Zarianos que lo montaba lanzaban fechas. Su táctica era buena pero nuestro coraje podría con ellos. Salté hasta los cañones y cogí una de las antorchas que servía para encender la mecha. Mientras luchaba contra esos hombres pez, intentaba acercarme cada vez más a los cañones. Me mantenía firme en mi posición la espera del momento exacto. Dos Zarianos vinieron hacia mí. Uno de ellos me empujó con su lanza y el otro se disponía ensartarme. Tirado en el suelo giré y su lanza se hincó en entre las tablas. De una patada partí su lanza, ya que estaba hecha de hueso de algún tipo de pez. Me levanté y antes de que pudiera lograrlo, atravesé a uno de ellos con mi espada. El otro, me dio una patada en la cara y caí de nuevo. Mareado y con la boca sangrando miré al mar y podía ver como esa bestia marina volvía para atacar de nuevo. Agarré la antorcha y ataqué con ella al Zariano. Le quemé los ojos y conseguí ganar el tiempo que necesitaba. Encendía las mechas y los cañones escupieron el plomo. Acertando de lleno la bestia cayó al agua haciendo una ola enorme. La espuma de mar limpiaba el suelo de nuestro barco y los Zarianos cambiaron su actitud agresiva. Comprendieron que íbamos a luchar hasta acabar con cada uno de ellos. Los que quedaron en el barco y no pudieron escapar los hicimos prisioneros. Un botín para intercambiar por si decidían atacarnos de nuevo.
            Mis hombres gritaban victoriosos y me acerqué a los prisioneros. Para mi sorpresa fue encontrar entre ellos al mismo príncipe de los mares. Zatza, fruncía el ceño y mi ego crecía mirando en el estado que se encontraba.
            - ¿Qué piensas hacernos pirata? Preguntó el príncipe.
            - Os vamos a matar. Y gritaron todos los marineros al unísono. – A no ser… y esperé a que callaran.- Que me digáis donde está el Pegaso Marino. Sabía que ellos conocían cada uno de los barcos que pasaban por sus aguas, su capacidad de rastrear sus presas me podrían ser útiles a la hora de encontrarlos.
            - ¿Buscáis a ese barco? Os diré si soltáis a mis hermanos. Comentó Zatza intentando negociar.
            Sonreí, veía la posibilidad de poder matar a Phedrios si decía la verdad, pero si mentía los mares tendría que buscar a un nuevo príncipe. Di la orden y mis hombres obedecieron, soltando a todos los Zarianos. Ahora solo tenía a Zatza y esperaba que dijera la verdad.
            - Te honra haber liberado a mis hermanos. Habéis cumplido vuestra palabra y ahora la cumpliré yo.
            -¡Habla ya pez! Le grité desesperado por tanta palabrería.
            - Se encuentra al norte de aquí. El barco encalló en una de las islas. Yo mismo os llevaré allí, si precisáis.
            - Perfecto… Encerrarlo en la bodega y acomodarlo. Ordené.
            Sujetando el timón miraba el horizonte. Respiré el húmedo aire y conduje. Me quedaba un último viaje y ya terminaríamos con esta vida de salvajes. Podría volver con mi honor intacto y mi barco. Parecía ser que la suerte nos sonreía por primera vez y debíamos aprovechar este viento a nuestro favor.

            << Phedrios, descansa y bebe, come y sáciate. Duerme con una hermosa mujer, porque cuando nos volvamos a ver mancharé mis manos con tu asquerosa sangre y me la beberé.>>  

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS POR EL AUTOR, DAVID PRIETO.

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