jueves, 14 de agosto de 2014







Adel Redelan…

(Segunda parte)


            Traicionado por Phedrios, mi ex segundo al mando, y herido mi orgullo de noble. Esta isla, roca flotante en un mar donde parece que nunca antes había llegado otro hombre. Mi obtenida por sobrevivir en esta tierra apartada por los privilegios de los dioses me había dejado con sólo las reservas de mi energía. Tres días ya desde que llegué aquí. Me alimenté de pequeños crustáceos que recogía en el espigón de la playa. Mi cuerpo comienza a resentirse por la falta de agua, solo bebía el jugo de los cocos. Necesitaba agua fresca y algo de carne. Decidí adentrarme en la espesura de esa selva. Aunque el sol atizaba con fuerza, en interior de la isla parecía tan oscura como la boca de un lobo a la espera de que me introduzca y ser devorado. Sabía que entre esos árboles, que sus ramas se entrelazan unos con los otros y esos matorrales con palmas anchas, podría encontrar algo de comida pero también podría convertirme en la cena de alguna fiera, que al igual que yo estaría hambrienta y a la espera de una presa fácil como lo era yo.
            La tierra era húmeda y mis pies descalzos sentían como las hojas secas crujían con cada paso. Los sonidos de aves de colores que revoloteaban bajo, hacía un lugar alegre. Un paraíso para cualquier que tenga tiempo para admirarlo. Yo no tenía ese tiempo. Mi cuerpo me exigía algo sólido, o él tomaría el control. Había escuchado rumores de Nivenianos que habían pasado largo tiempo sin poder llevarse nada a la boca y su lado animal lo había trasformado en seres crueles sin compasión por nadie. Devoraban aldeas enteras y después de haber saciado esa hambre, casi eterna, nunca pudieron volver a ser el hombre que fue antes. No quería ese destino para mí.
            Casi por arte de magia, la selva me reveló lo que sería mi alimento. Un pequeño tapir rayado. Comía tranquilo a los pies de aquellos aboles gigantescos. Sabía que si lo perseguía, huiría espantado y mis piernas estaban demasiado débiles para correr. Así que sabía cómo debía cazarlo, se lo dejaría a él. Me escondí tras un arbusto y me puse en cuclillas. Cerré los ojos y lo busqué dentro de mí. Ya hacía tiempo que no tomaba mi forma animal. En la corte no está bien visto que los nobles sacaran a relucir su lado salvaje. Pero ahora no estaba en la corte, estaba hambriento y en mitad de ninguna parte. Busqué en el rincón más profundo de mi ser y lo vi. Expectante de mi voz, de mis movimientos y ansioso por la libertad que le iba a brindar. Sus ojos salvajes se habían vueltos tristes y asustadizos. Estaba seguro que no me reconocía, no recordaba el tiempo que no le veía.
            - ¿Zeke? Dije asombrado al ver al tigre encorvado y con sus orejas agachadas. Se le vía incómodo con mi visita. Gruñía y parecería dispuesto para atacar. – Te voy a soltar para cazar. Estoy seguro que deseas ver la luz del sol y sentir su calor. Intenté ser amable.
            - ¿Para qué? volverás a encerrarme después y me dejaras encerrado, en esta oscuridad, otros diez años. Olvídalo, no quiero tu compasión ni tu estúpido sol. Me contestó haciendo que mi corazón salte en mi pecho. No me esperaba escuchar su voz. No la reconocía. Una voz ronca y rota, por culpa de la soledad y esta prisión. Ya eran diez años. Una eternidad para un animal que deseaba la libertad con cada segundo de su vida. Había sido mucho tiempo y ese depredador y fiel amigo que fue una vez, ahora era un animal resignado a morir en la oscuridad y en la soledad. De pequeño, cuando fui por primera vez al circo en Nivenia, vi a los animales encerrados en esas jaulas. Le pregunté a mi madre el por qué encerraban a esos animales allí. Leones, tigres, panteras y toda clase de exóticas mascotas de circo. Ella me respondió, que estaban encerrados para que no devoren a los niños como yo. Pero yo sabía que los dueños de circo le hacían estar en esas celdas de barrotes de acero, para eliminar hasta la última esquirla del animal salvaje que fue una vez. Solo con verle los ojos podía sentir su tristeza y su anhelo de luz. Volver a correr por las praderas, por poder dejar curar esas heridas que nunca cicatrizaban por culpa de los latigazos. De poder comer una presa cazada por ellos mismos y no la carne cocinada y ya muerta. Desde entonces nunca volví a ir a uno de los circos. Odié a los payasos y gente que vivía bajo esas carpas. Ahora yo me había convertido en uno de ellos. Además, Zeke no era una animal corriente, era mi compañero y hermano. Un animal de piel brillante de blanco y negro. Un tigre albino con el corazón roto.
            - Llevas razón. Me he compartido como una miserable. Pero si no sales. Este cuerpo morirá de hambre. Si sales y cazas, yo te juro por mi honor, que no volverás a estar prisionero. Podrás tomar el control cuando precises. Le expliqué intentando llegar a un acuerdo con mi viejo amigo.
            Vi su postura relajada y algo desconfiada. Yo estaría igual en su lugar. Después se acercó a mí y sentí miedo. Si me devoraba ya no tendría que competir por un cuerpo compartido. Me lamió la mano y la puso en su cabeza demostrando que aunque había pasado mucho tiempo sin amor, aún seguía amándome. En ese momento lloré como un niño. Hacía tiempo que no sentía ese amor por nadie y por el ser que menos esperaba, me ofrecía de nuevo su corazón. Me sentí mucho más miserable de lo que nunca me había imaginado. Me maldije por haberlo abandonado en esta oscuridad. Yo era el salvaje y él era más humano de lo que yo nunca fui.
            - Zake, corre, caza y vuelve cuando quieras. No te preocupes por mí, hermano.
            - Sabes que nunca te dejaría sólo aquí. Olvidaré este tiempo como si de una pesadilla hubiera sido. Pero recuerda que si uno olvida al otro siempre su cuerpo siempre estará vacío. Ahora deja que me encargue de ese tapir. El muy… se cree que puede pasearse por nuestra isla sin vérselas con nosotros. Contestó amablemente y lamiéndose los labios.

            Se marchó desapareciendo en la oscuridad. No me importaba quedarme allí sólo, pues me sentía la persona más afortunada de la tierra por poder contar con Zake. Ahora que había recuperado a mi hermano, tenía que seguir un paso más allá. Conseguir un barco y aplastar a Phedrios. Conseguiré el Pegaso Marino y volveré a Nivenia como un hombre nuevo. Se acabó ser tan pedante con los seres que me quieren. Se acabó ser el cachorro mimado que había sido toda mi vida. Y si el Rey, mi primo Erick, no le gusta el nuevo Niveniano que soy ahora, ya puede meterse la corona por donde más le duela. Por qué no volveré a traicionar a Zake. Eso puede estar seguro hasta los mismos dioses. 

1 comentario:

  1. Un tigre albino, me encanta. Espero verle corriendo en libertad como debe ser.

    ResponderEliminar