viernes, 1 de agosto de 2014


Adel Redelan...



“El destino es un juego de dados en donde apuestas tu propia vida.”   
     
            La gran flota Niveniana, compuesta por tres barcos y un pesquero. Patético para un reino que ha conquistado casi todo el suelo fértil de esta tierra. Pero mi obligación no es conquistar el mar, pues él no tiene ni tendrá dueño.
            Un mes en alta mar y sin ver una simple roca donde atracar. Mis hombres comenzaron a preocuparse por su futuro. Estábamos demasiado lejos para volver a casa y nuestros recursos comenzaban a faltar.  El viento parecía habernos abandonado y nuestro barco “El Pegaso Marino” parecía estar parado y a la deriva. Solo podíamos esperar a un golpe de aire que nos hiciera movernos hacia una nueva tierra o hacia la muerte.
            Phedrios, mi segundo al mando estaba adormilado junto a la escalera que llevaba a la bodega, borracho por el hidromiel. Estoy seguro que, por su cara, soñaba con la compañía de una preciosa mujer. Era un viejo lobo de mar que por sus años de experiencia podría haber sido capitán, pero su suerte y su fama de mal jugador le habían estancado en su puesto. La mayoría de los hombres abordo eran marinos que una vez lo había acompañado. Yo, primo del rey Erick, era un estorbo para la expedición. Luchaba contra las duras miradas de los marinos, por los cotilleos de que nunca había navegado y sobre todo mi estatus social, que no era algo que sirviera para presumir con estos hombres. Temía que si no nos movíamos pronto, ellos se amotinaran y me lanzaran por la borda.
            Siete velas y ninguna servían para mover este barco. Setenta codos de eslora y treinta hombres, hambrientos y sedientos de mujeres. Se suponía que la carta de navegación nos llevaría en menos de dos semanas a Galianos. Un archipiélago de islas, que necesitaba la representación de la corona. Pero nada más salir del puerto de Nivenia, una tormenta nos alejó de nuestro destino. Destrozó la mayoría de los barcos que nos acompañaba y con suerte, sobrevivimos. Solos en el mar y con la mirada pegada en el horizonte, rezábamos que algo sucediera en ese lugar, que parecía haberse detenido el tiempo. <<Los dioses juegan con nosotros.>>
            Llamaron a mi puerta y me levanté de mi escritorio. Escribía en el cuaderno de bitácora lo ocurrido el día de antes. Con dos líneas tenía suficiente para describir veinticuatro horas de soledad en la mar. Abrí la puerta y Phedrios estaba al otro lado. El me miraba con la mirada perdida y el aliento abrasador.
            - Señor debería subir a cubierta, se están peleando de nuevo.
            Aparté a mi segundo al mando y me dirigí hacía las escaleras. Allí estaba la botella de Phedrios, vacía como sospechaba. Subí apresurado para calmar a los hombres. No podía permitir que se peleara, sería como echar leña seca en una hoguera. Sería la tercera pelea de los marinos, eso demuestra que queda poco para el temido motín. Al llegar a cubierta me encontré la sorpresa de no ver a ningún marino peleándose. Todos me esperaban a la salida e la escalera. El motín había comenzado. Todos me miraban fijamente, con sus manos en los mangos de sus espadas, preparados para el ataque.
            - Capitán. Dijo mi segundo al mando, con voz burlona. Subía tras de mi por las escaleras.- Sabía que esto iba a suceder, ya le avisé muchas veces.
            - Phedrios, eres una rata asquerosa. Contesté sin dejar de mirar a los marinos. No podía darles las espaldas o cualquiera me apuñalaría sin vacilar.
            - Cogedlo y lanzadlo al agua. Que se encarguen de él los peces. Ordenó mi antiguo segundo al mando.
            Los marinos se acercaron a la vez, no pude defenderme. Matar a uno de ellos no me hubiera solucionado este problema. Ahora debía prepararme para el mar. Un mar que parecía haber deseado mi muerte desde que embarqué. Me apoyaron los pies en el pasamano de cubierta. Mantenía el equilibrio y a la espera de que el nuevo Capitán, Phedrios, me sentenciara a morir en el mar. Él se acercó a mí y sonrió como lo haría un pirata.
            - Ya no vas a necesitar esto. Comentó quitándome la insignia de la familia real. Esa insignia llevaba en mi familia desde hace más de doscientos años. Ahora la tenía un malandrín de poca monta, que lo más parecido que tiene la realeza a él, son los cerdos en las puerqueras.
            Mirando al nuevo capitán, decidí dar el paso. No quería darle el gusto de hacer mi muerte, un espectáculo. Salté al agua. Este mar era increíble, tan transparente que podía ver a los peces mientras yo caía. Al zambullirme, su temperatura era cálida. Pero estaba seguro que iba a ser lo único amable que tendría el mar hacia mí. Mis botas me estorbaban para nadar así que me las quité. La larga chaqueta de capitán pesaba un quintal, al haberse empapado y me arrastraba hacia el fondo. Mi espada desapareció sin saber en qué momento la había perdido. Nadé hacía la superficie y alcé la mirada a mi barco. Ellos se marchaban con ritmo lento, pero inalcanzable para mí. En un solo día me habían quitado, mi barco, mis hombres, mis ropas y mi posición.
            Perdí la noción del tiempo, pues no quería contar cuanto pasaría hasta mi muerte. ¿A quién se lo contaría después? Flotaba en el agua, sin poder dormir ni comer. Estaba agotado de luchar por mi vida. Estas aguas me devorarían como un gigante a un cordero. Mi mente parecía torturarme con imágenes de mi pasado. Recordando cómo era mi vida antes de decidir hacer este viaje. Grandes fiestas en palacio y con las damas más bellas del reino. Nuestras clases de esgrima y estudio de lenguas extranjeras. Mi primo y yo que éramos inseparables desde pequeños. <<Erick, Te he fallado.>> Las largas conversaciones con mi madre sobre libros de la biblioteca real. Paseos a caballos por los prados. Mi vida era mucho mejor antes. Ahora estoy esperando a que algo suceda, o encontrar una isla o la muerte, siendo la segunda más probable y la primera una ilusión que veía a lo lejos en el horizonte.
            No sabía el por qué seguían los dioses jugando con migo. Me mostraban la ilusión de una gran isla. Quizás ellos me estaban haciendo un favor. Si nadaba hasta allí moriré agotado cuando descubra que es sólo un espejismo, fruto de la sed y el reflejo del brillante sol. Nadé con esfuerzo y paciencia. Conforme iba acercándome más real y hermosa era esa isla. Las olas me ayudaban a acercarme a la orilla. Dorada arena y suave como el interior de una falda de mujer. Cuando uno de mis pies tocó tierra mi corazón se batía con fuerza en mi pecho. Había sobrevivido al mar, había conseguido llega a una isla lo suficientemente grande para tener algún tipo de civilización. Aún podría volver a casa si conseguía ayuda en este lugar. Estaba eufórico aunque no había salido aun del agua. Andaba y nadaba desesperado por llega a esa playa. Quería tumbarme en ella, besar la tierra que pisaba.

            “Mi nombre es Adel Redelan, heredero del trono de los Redelan, ex-capitán del Pegaso Marino y estoy vivo.”     

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS POR EL AUTOR, DAVID PRIETO

2 comentarios:

  1. Genial relato marítimo. Deseando conocer más de Adel, el superviviente :)

    ResponderEliminar
  2. Me encanta este personaje, luchador sin igual.

    ResponderEliminar