Adel Redelan...
“El destino es un juego de dados en donde apuestas
tu propia vida.”
La gran flota Niveniana,
compuesta por tres barcos y un pesquero. Patético para un reino que ha
conquistado casi todo el suelo fértil de esta tierra. Pero mi obligación no es
conquistar el mar, pues él no tiene ni tendrá dueño.
Un mes en alta mar y sin ver una
simple roca donde atracar. Mis hombres comenzaron a preocuparse por su futuro. Estábamos
demasiado lejos para volver a casa y nuestros recursos comenzaban a
faltar. El viento parecía habernos abandonado
y nuestro barco “El Pegaso Marino” parecía estar parado y a la deriva. Solo podíamos
esperar a un golpe de aire que nos hiciera movernos hacia una nueva tierra o
hacia la muerte.
Phedrios, mi segundo al mando estaba
adormilado junto a la escalera que llevaba a la bodega, borracho por el
hidromiel. Estoy seguro que, por su cara, soñaba con la compañía de una
preciosa mujer. Era un viejo lobo de mar que por sus años de experiencia podría
haber sido capitán, pero su suerte y su fama de mal jugador le habían estancado
en su puesto. La mayoría de los hombres abordo eran marinos que una vez lo
había acompañado. Yo, primo del rey Erick, era un estorbo para la expedición. Luchaba
contra las duras miradas de los marinos, por los cotilleos de que nunca había
navegado y sobre todo mi estatus social, que no era algo que sirviera para
presumir con estos hombres. Temía que si no nos movíamos pronto, ellos se amotinaran
y me lanzaran por la borda.
Siete velas y ninguna servían para
mover este barco. Setenta codos de eslora y treinta hombres, hambrientos y
sedientos de mujeres. Se suponía que la carta de navegación nos llevaría en
menos de dos semanas a Galianos. Un archipiélago de islas, que necesitaba la
representación de la corona. Pero nada más salir del puerto de Nivenia, una
tormenta nos alejó de nuestro destino. Destrozó la mayoría de los barcos que
nos acompañaba y con suerte, sobrevivimos. Solos en el mar y con la mirada
pegada en el horizonte, rezábamos que algo sucediera en ese lugar, que parecía
haberse detenido el tiempo. <<Los dioses juegan con nosotros.>>
Llamaron a mi puerta y me levanté de
mi escritorio. Escribía en el cuaderno de bitácora lo ocurrido el día de antes.
Con dos líneas tenía suficiente para describir veinticuatro horas de soledad en
la mar. Abrí la puerta y Phedrios estaba al otro lado. El me miraba con la
mirada perdida y el aliento abrasador.
- Señor debería subir a cubierta, se
están peleando de nuevo.
Aparté a mi segundo al mando y me
dirigí hacía las escaleras. Allí estaba la botella de Phedrios, vacía como
sospechaba. Subí apresurado para calmar a los hombres. No podía permitir que se
peleara, sería como echar leña seca en una hoguera. Sería la tercera pelea de
los marinos, eso demuestra que queda poco para el temido motín. Al llegar a
cubierta me encontré la sorpresa de no ver a ningún marino peleándose. Todos me
esperaban a la salida e la escalera. El motín había comenzado. Todos me miraban
fijamente, con sus manos en los mangos de sus espadas, preparados para el ataque.
- Capitán. Dijo mi segundo al mando,
con voz burlona. Subía tras de mi por las escaleras.- Sabía que esto iba a
suceder, ya le avisé muchas veces.
- Phedrios, eres una rata asquerosa.
Contesté sin dejar de mirar a los marinos. No podía darles las espaldas o cualquiera
me apuñalaría sin vacilar.
- Cogedlo y lanzadlo al agua. Que se
encarguen de él los peces. Ordenó mi antiguo segundo al mando.
Los marinos se acercaron a la vez,
no pude defenderme. Matar a uno de ellos no me hubiera solucionado este
problema. Ahora debía prepararme para el mar. Un mar que parecía haber deseado
mi muerte desde que embarqué. Me apoyaron los pies en el pasamano de cubierta. Mantenía
el equilibrio y a la espera de que el nuevo Capitán, Phedrios, me sentenciara a
morir en el mar. Él se acercó a mí y sonrió como lo haría un pirata.
- Ya no vas a necesitar esto. Comentó
quitándome la insignia de la familia real. Esa insignia llevaba en mi familia
desde hace más de doscientos años. Ahora la tenía un malandrín de poca monta,
que lo más parecido que tiene la realeza a él, son los cerdos en las puerqueras.
Mirando al nuevo capitán, decidí dar
el paso. No quería darle el gusto de hacer mi muerte, un espectáculo. Salté al
agua. Este mar era increíble, tan transparente que podía ver a los peces
mientras yo caía. Al zambullirme, su temperatura era cálida. Pero estaba seguro
que iba a ser lo único amable que tendría el mar hacia mí. Mis botas me
estorbaban para nadar así que me las quité. La larga chaqueta de capitán pesaba
un quintal, al haberse empapado y me arrastraba hacia el fondo. Mi espada desapareció
sin saber en qué momento la había perdido. Nadé hacía la superficie y alcé la
mirada a mi barco. Ellos se marchaban con ritmo lento, pero inalcanzable para mí.
En un solo día me habían quitado, mi barco, mis hombres, mis ropas y mi
posición.
Perdí la noción del tiempo, pues no
quería contar cuanto pasaría hasta mi muerte. ¿A quién se lo contaría después? Flotaba
en el agua, sin poder dormir ni comer. Estaba agotado de luchar por mi vida. Estas
aguas me devorarían como un gigante a un cordero. Mi mente parecía torturarme
con imágenes de mi pasado. Recordando cómo era mi vida antes de decidir hacer este
viaje. Grandes fiestas en palacio y con las damas más bellas del reino. Nuestras
clases de esgrima y estudio de lenguas extranjeras. Mi primo y yo que éramos
inseparables desde pequeños. <<Erick, Te he fallado.>> Las largas
conversaciones con mi madre sobre libros de la biblioteca real. Paseos a
caballos por los prados. Mi vida era mucho mejor antes. Ahora estoy esperando a
que algo suceda, o encontrar una isla o la muerte, siendo la segunda más
probable y la primera una ilusión que veía a lo lejos en el horizonte.
No sabía el por qué seguían los
dioses jugando con migo. Me mostraban la ilusión de una gran isla. Quizás ellos
me estaban haciendo un favor. Si nadaba hasta allí moriré agotado cuando
descubra que es sólo un espejismo, fruto de la sed y el reflejo del brillante
sol. Nadé con esfuerzo y paciencia. Conforme iba acercándome más real y hermosa
era esa isla. Las olas me ayudaban a acercarme a la orilla. Dorada arena y suave
como el interior de una falda de mujer. Cuando uno de mis pies tocó tierra mi corazón
se batía con fuerza en mi pecho. Había sobrevivido al mar, había conseguido llega
a una isla lo suficientemente grande para tener algún tipo de civilización. Aún
podría volver a casa si conseguía ayuda en este lugar. Estaba eufórico aunque
no había salido aun del agua. Andaba y nadaba desesperado por llega a esa
playa. Quería tumbarme en ella, besar la tierra que pisaba.
“Mi nombre es Adel Redelan, heredero
del trono de los Redelan, ex-capitán del Pegaso Marino y estoy vivo.”
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS POR EL AUTOR, DAVID PRIETO
Genial relato marítimo. Deseando conocer más de Adel, el superviviente :)
ResponderEliminarMe encanta este personaje, luchador sin igual.
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